Como todos los mamíferos, las vacas producen leche para sus crías, no para que tengamos algo que poner en nuestro café. En las granjas lecheras, las vacas son inseminadas artificialmente una y otra vez para que la leche siga fluyendo, mientras que sus terneros no son más que un producto. Si las vacas no fueran inseminadas artificialmente a las vacas, no producirían leche, y si no les quitáramos a su ternero, la leche sería suya.
Naturalmente, las vacas elegirían a su pareja, parirían a sus crías con poca frecuencia y pasarían tiempo amamantando a sus crías, formando un vínculo y protegiéndolas. Pero la industria lechera es despiadada, y para que la leche siga fluyendo, las vacas son preñadas año tras año, sin importar el peaje que supone para el cuerpo de los animales. Y las consecuencias para estas gentiles madres son enormes. Estas criaturas son destruidas física, psicológica y emocionalmente por el trato recibido y se las considera «gastadas» cuando sólo tienen seis años. Su vida natural es de unos 20 años.
En cuanto a las crías, son un desperdicio para la industria, sólo queremos su leche, así que ¿qué pasa con ellas? Las hembras pueden ser criadas y utilizadas como máquinas de ordeñar vivas, quizá para sustituir a su propia madre, cuando ésta se “gaste”. En ese caso, la cría soportará el mismo ciclo repetido de inseminación forzada, parto y pérdida de sus crías hasta que ella también se “gaste” y sea enviada al matadero. Si el ternero es macho, puede acabar en una granja, se le dará de comer para que crezca y luego sacrificarlo para obtener carne de baja calidad; o se le puede disparar al nacer si no se puede obtener dinero de su cuerpo de otra manera. Sea cual sea su destino, a los terneros se les quita la madre para que no beban la leche que se hizo sólo para ellos. Por lo tanto, las vacas no necesitan ser ordeñadas. Tienen que dejar de ser inseminadas a la fuerza y de que les quiten los terneros.
