¿Por qué no nos preocupan los animales?

A rescued pig at Farm Sanctuary.
Credit: Jo-Anne McArthur / We Animals Media

Los sondeos de opinión muestran sistemáticamente que la gente no aprueba la cría industrial de animales para el sacrificio en condiciones terribles, estresantes y de hacinamiento. Esto se debe a que la mayoría de la gente se preocupa por los animales, y se describiría como amante de los animales. Sin embargo, la mayor parte de la población sigue comiendo carne, y la mayoría de la carne procede de animales criados en granjas industriales. Así que, ¿cómo podemos navegar por este enigma? ¿Qué es lo que ocurre?

Las infancias realmente aman a los animales

A casi todas las infancias les gustan los animales. Los autores lo saben, y por eso muchos libros ilustrados tienen animales como protagonistas. Los fabricantes de juguetes lo saben, y por eso las habitaciones de las infancias están llenas de osos, búhos, cerdos y otras criaturas de peluche. Los padres y madres lo saben, y por eso muchos acogen a los animales de compañía en sus vidas, y en sus hogares y familias.

Un estudio reciente de la Universidad de Exeter ha revelado que las infancias británicas de entre 9 y 11 años creen que los animales de granja deben recibir el mismo trato que las mascotas y las personas. No ven ninguna jerarquía moral entre las diferentes especies que comparten este planeta, y creen que todas merecen el mismo cuidado y respeto. Vemos esta creencia en las innumerables películas online en las que niños de todo el mundo aprenden que la carne que tienen en la mesa es en realidad un animal. Se sienten totalmente angustiados por el descubrimiento.

Parece que empezamos la vida sintiendo amabilidad, compasión y coherencia, y acabamos teniendo que hacer una gimnasia ética y psicológica enredada para seguir manteniendo dos posturas contradictorias al mismo tiempo: 1) Amo a los animales. 2) Pago para que los animales sean degollados.

¿Cómo se produce esto?

La industria de la carne no puede permitirse que amemos de verdad a los animales. 

La industria cárnica, valuada en 2 billones de dólares, se guarda en la manga una serie de trucos probados para que nuestro amor por los animales no nos impida comerlos. Arran Stibbe, profesor de Lingüística Ecológica de la Universidad de Gloucestershire (Reino Unido), ha estudiado el lenguaje y las imágenes de la industria cárnica y describe tres formas distintas de borrar a los animales de nuestra mente. Las llama: el vacío, el rastro y la máscara.

El vacío

Esto es justo lo que parece. Los animales están completamente ausentes del discurso. La carne se comercializa como un producto natural, como un alimento sabroso, como una forma de mejorar un estilo de vida deseable. Pero el producto nunca se parece a un animal. Nadie menciona de dónde procede o qué es en realidad, ni los detalles, como las condiciones que ha soportado el animal, o su personalidad, preferencias, experiencia vital y amistades. Los animales no se mencionan en absoluto. Es como si nunca hubieran existido y no tuvieran ningún papel en este sistema alimentario.

Así nos lo demuestran:

Pero no nos muestran esto:

A pregnant sow stands on a floor slick with feces and urine in a cage in which she cannot turn around. This industrial farm in northern Italy housed thousands of pigs in this condition.

Créditos: Jo-Anne McArthur / Essere Animali / We Animals Media

El rastro

En otra de las categorías del profesor Stibbe, la industria prácticamente borra a los animales, dejando sólo un rastro. El animal no está del todo presente, pero sólo hay un indicio, una referencia indirecta, una silueta o un eco.

En este anuncio sólo podemos oír un rastro de la voz de los pollos:

Pero nunca se nos muestra un pollo real gritando:

Chickens being collected for transport and slaughter.

Créditos: Jo-Anne McArthur / Animal Equality / We Animals Media

La máscara: Los animales son antropomorfizados

Cuando los animales aparecen en los anuncios cantando, bailando, jugando al fútbol o llevando sombreros de fiesta, se están borrando sus propias vidas y experiencias. Se nos anima a reírnos de los animales que se comportan como personas divertidas, y a asociar el producto que se nos comercializa con la positividad y la alegría. Esta representación enmascara lo que significa ser un cerdo, una vaca, un pavo o un pollo. Y ciertamente enmascara lo que significa ser un animal atrapado en el sistema agrícola actual.

Puede que nos hayamos reído mientras esta gallina se pavoneaba en este anuncio de KFC.

Pero nunca se nos mostró cómo es la vida de un pollo real dentro de una granja moderna.

Unable to stand or walk, a chicken with splayed out legs sits on their stomach inside a broiler chicken farm in Italy. This is a common issue for five to six-week old broiler chickens, making it impossible for them to reach water.

Créditos: Stefano Belacchi / Equalia / We Animals Media

La máscara: Los animales son caricaturizados

¿Qué mejor manera de enmascarar a un animal que recrearlo en forma de dibujo animado? Sabemos que los dibujos animados no sienten dolor: los vemos golpearse, chocar contra las paredes y caer por los acantilados, y nos reímos con ellos. ¡No están heridos! No les pasa nada. Así que cuando vemos imágenes de animales en los dibujos animados, estamos condicionados a sentir que nada puede hacerles daño porque no tienen sentimientos reales.

Nos muestran esto:

Pero nunca vemos esto:

A dead layer hen.

Créditos: Jo-Anne McArthur / Animal Equality / We Animals Media

A través de estos medios, y muchos más, los animales son borrados, menospreciados, burlados, sustituidos y negados. Cuando estos mensajes vienen de todas partes -a través de anuncios en la pantalla, en la calle, en las estaciones de tren, en las vitrinas y en las redes sociales, además de ser impuestos por progenitores y los compañeros- los niños empiezan a enterrar lentamente ese sentido innato de justicia y compasión. Cuando llegan a la adultez, es probable que hayan separado a los animales de granja de los demás animales. Ahora pueden amar a unos pero comerse a los otros.

Pero, ¿y si realmente nos importa?

Para contrarrestar a quienes nunca dejan de preocuparse -y creemos que a la mayoría de la gente le sigue importando, a pesar del trabajo que hace la industria para debilitar sus sentimientos- hay una última arma en el arsenal de la industria. Tranquiliza al público, mediante imágenes de aspecto auténtico, diciendo que los animales están bien cuidados, que sus vidas son plenas y que se les quiere. De este modo, las personas podemos seguir comiendo carne, leche y huevos sin que nuestra conciencia nos remuerda demasiado. Pero, por supuesto, no es cierto. Los animales de las granjas no son amados, y para la mayoría, sus vidas están llenas de miseria, sufrimiento, miedo y pérdida.

Recientemente, KFC pagó a un influencer de las redes sociales para que ayudara a mostrar los altos estándares de bienestar en sus granjas de pollos. Pero las afirmaciones que hicieron no eran ciertas, al menos no lo eran cuando los investigadores hicieron una visita sin previo aviso a la misma granja unas semanas después de que se estrenara el video. Todas las mejoras que se habían dado a las aves cuando las cámaras de los publicitarios estaban rodando habían sido retiradas de nuevo. Tal vez sólo fueron utilería en una película de ficción.

La compañía mexicana de leche alpura, recientemente lanzó una campaña de marketing en donde mencionan que es tanto su “amor” por las vacas que les ponen nombre. Espectaculares en grandes ciudades nos muestran vacas con sus nombres en campos con flores, cuando la realidad es muy diferente para estos animales.

Esto es lo que ocurrió.

Ser fieles a nosotros mismos

La industria cárnica se esfuerza por contrarrestar nuestra tendencia natural a la justicia, la decencia, la compasión y el amor. Se nos anima a reírnos de los animales, a verlos como inferiores, estúpidos o cómicos, e incluso a no verlos en absoluto. Se nos enseña a rechazar esos sentimientos innatos de amor y justicia y a crear elaborados -e ilógicos- razonamientos que nos permiten ser «amantes de los animales», al mismo tiempo que nos comemos sus cuerpos.

La industria utiliza su inmenso presupuesto de marketing y su poder de presión para seguir transmitiendo estos mensajes. Sus enormes beneficios dependen de que nunca reconozcamos, o al menos nunca encarnemos, nuestros verdaderos sentimientos. De este modo, la industria cárnica aplasta y niega lo mejor de nosotros, mientras aplasta y niega la vida de los animales.

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