Treinta años de veganismo

Kate Fowler with Princess at The Retreat Animal Rescue, Kent
Pie de foto: Kate Fowler con Princess en The Retreat Animal Rescue, Kent

Hace treinta años me hice vegana. Fue increíblemente fácil y a la vez, ridículamente difícil.

La primera y principal dificultad fue descubrir por qué ser vegana. Por aquel entonces no había Internet, ni documentales, ni la posibilidad de tropezar con un reportaje sobre productos lácteos en el periódico o ver una historia de gallinas rescatadas del matadero en mi teléfono. No conocía a otra persona vegana, ni había visto personas veganas en la televisión. Ni siquiera estoy segura de haber conocido la palabra. Era vegetariana desde los 12 años, pero ya tenía 20 años y estaba en la universidad cuando conocí la realidad de la industria de la leche y los huevos. Aunque todo era cierto, y creía cada una de sus impactantes palabras, aún demoré algunos meses en que los horrores viscerales se filtraran en mi mundo y se impusieran. Sin embargo, una vez que eso sucedió, en el otoño de 1992, tomé la decisión. Tenía que hacerme vegana. Y esa fue la parte fácil.

Cuando dejas de ver la carne, la leche y los huevos como alimentos y los ves como partes de animales, no son más alimentos que un ladrillo o una cobija. Siempre me desconcertó que la gente dijera que seguro echas de menos el tocino, porque también podrían haber dicho que seguro echas de menos comer baldosas. Simplemente, no me sucedía. Y sin embargo, esa primera semana sin queso fue dura, y esta es la razón…

No era una verdadera vegetariana

Cuando era niña, no quería ser partícipe del daño a los animales, y por eso dejé de comerlos. Tres años después de convertirme en vegetariana, mi profesora de la escuela soltó una poderosa bomba: he oído que eres vegetariana, dijo. Pero apuesto a que no eres una verdadera vegetariana. Apuesto a que comes queso hecho con cuajo.

¿Qué? Nunca había oído hablar del cuajo. Fui a la biblioteca y descubrí que, sorprendentemente, tenía razón. Casi todos los quesos de la época contenían cuajo -del estómago de los terneros- y yo lo había estado comiendo sin saberlo. Fue mi primera lección para no tomar las cosas al pie de la letra e inmediatamente dejé de comer todos los quesos, ya que no podía estar segura de cuáles, si es que había alguno, eran realmente vegetarianos. Cuando estaba comprendiendo por qué los productos lácteos eran un problema tan grande como el cuajo, y me encontraba al borde del veganismo, de repente se comercializaba toda una serie de quesos vegetarianos. Después de esos años sin queso, realmente los deseaba, y el interior de mi cabeza se convirtió en un implacable campo de batalla entre el bien y el mal. Para entonces, sabía lo que las vacas soportaban en la producción de leche. Sabía que los terneros eran robados y enviados a la industria de la carne de ternera, o que se les disparaba en la cabeza si sus pequeños cuerpos no eran rentables. Sabía que sus madres se afligían, perdían toda esperanza y acababan derrumbándose, momento en el que también se deshacían de ellas. Y, sin embargo, me atormentaba merodeando por el mostrador de quesos del supermercado imaginando el sabor y la textura de las diferentes variedades que sabía que no podía tener. Por la noche, soñaba con el queso. Al cabo de siete días, me derrumbé. Compré todos los quesos vegetarianos que ofrecía la tienda y me los comí todos, kilos y kilos de queso. Después, me sentí absolutamente enferma por la culpa de haberlo hecho, pero también me sentí enferma por el queso mismo. Ese fue el día en que me hice vegana.

¿Qué comen las personas veganas?

Hoy en día, podemos responder a la pregunta ¿qué comen las personas veganas? de forma bastante sencilla, pero a principios de los años 90 había muy pocos alimentos preparados para quienes éramos veganas. Y, en cualquier caso, yo tenía muy poco dinero para comprarlos. Pero me habían enseñado a cocinar, así que podía preparar guisos y estofados abundantes, sopas, pasteles, daal y currys vegetarianos, todo ello de forma económica. Llevaba una alimentación integral basada en plantas antes de que nadie la llamara así. Pero yo era estudiante y casi la mitad de mis calorías provenían de la cerveza, así que no puedo decir que mi salud floreciera de forma notable. Pero floreció. Sabía que había tomado la decisión correcta, y eso me sentó muy bien.

En 1992, ningún supermercado tenía leche vegetal, ni tampoco las cafeterías. De hecho, creo que todavía no había cafeterías. Si querías quedar con alguien fuera de casa, te sentabas en un pub con mucho humo y bebías cerveza caliente o quedabas en una cafetería «grasienta» y tomabas té. 

Sin embargo, había algunos alimentos veganos a nuestra disposición. Entre ellos estaban:

  • Batchelors Beanfeast: sobres de carne picada de soja deshidratada y aromatizada que podía convertirse en una boloñesa o en el relleno de un pastel de pastor. Eran bastante sabrosos, pero prácticamente indigestos, y nos dieron a todos unos gases extravagantes.
  • Sosmix y Burgamix: más mezclas deshidratadas. Sólo había que añadir agua, dar forma y freír. Tenían la textura de la masilla para ventanas y no podían tener un aspecto menos apetitoso. Todavía están disponibles si alguna vez quieres probarlos.
  • Falsos patos: de todas las cosas que las personas veganas podían echar de menos en aquella época, el pato no era una de ellas. Es un misterio por qué se podía comprar pato falso en todas las tiendas de alimentos saludables, pero, sin embargo, ahí estaba.
  • Nuttolene: todavía no sé qué es esto o cómo se supone que se debe comer. Sólo sé que una vez fue suficiente para mí. 
  • Tostadas de frutos secos: más ingredientes deshidratados de varios sabores que se mezclan con agua y se hornean. La verdad es que estaban bastante bien y eran una comida habitual de los domingos. 
  • Veez: posiblemente el primer «queso» vegano. No tenía ningún sabor discernible y parecía algo que se sacaba de una nevera abandonada. 
  • Galletas Bourbon: siempre han sido veganas y estaban disponibles en todas partes, por lo que siempre se podía conseguir un golpe de azúcar. A menudo, eran nuestra salvación.
  • Disos: el único vino vegano disponible. Te destrozaba las entrañas como la mejor gasolina.

El milagro de Linda Mccartney

Poco después de hacerme vegana, llegó a los supermercados la gama de alimentos vegetarianos Linda McCartney y cuatro de los artículos eran veganos: pasteles de campo, empanadas, salchichas y rollos de salchicha. Un grupo publicó un comunicado de prensa diciendo que la empresa estaba intentando matarnos con alimentos poco saludables mientras el resto los engullía. Al mismo tiempo, aparecieron los helados Swedish Glace y parecía que ya teníamos todo lo que necesitábamos. Sí, me habría gustado un croissant y, por supuesto, habría agradecido el queso, pero me parecieron inconvenientes menores en el contexto general. Con mis recientes amigues veganes, salí a la calle con folletos para convencer a los demás sobre el veganismo, no sólo era una decisión ética importante, sino una forma de vida práctica. 

Sólo una papa, por favor

En realidad, no era tan práctico; comer fuera era definitivamente un reto. En los restaurantes indios y chinos, normalmente se podía conseguir algo, pero en la mayoría de los demás restaurantes te quedabas con hambre. En los pubs sólo había una opción y era la papa asada. Obviamente, no había mantequilla vegana, así que te la comías seca. A veces te daban una ensalada pero sin aderezo. Si se ofrecían frijoles al horno, era un gran día. Naturalmente, nos iba mejor en los restaurantes vegetarianos, donde conocíamos a la mayoría, si no a todas, de las otras personas que comían allí, y eso hacía que salir a cenar fuera se sintiera más como si estuviéramos comiendo en casa de un amigue. Había tan poca gente vegana en el país que, aunque no conocieras personalmente a «Bob de Coventry», por ejemplo, seguro que habías oído hablar de él. Todas las personas veganas del país se reunían en la única feria anual de Navidad de Animal Aid, en Londres, donde intercambiábamos recetas de pasteles, arremetíamos contra el mundo y llevábamos nuestras camisetas con orgullo. 

Ya entonces sabíamos lo que tantas otras personas llegarían a saber después: que los animales sufren terriblemente cuando elegimos comerlos, a sus crías y a sus excreciones y secreciones. Pero también sabíamos del cambio climático y que la cría de animales era una fuerza impulsora. Recuerdo haber leído un folleto de Viva! sobre esto en 1999 y pensar “tenemos que contarle al mundo sobre esto”. Desde entonces se lo he contado al mundo. 

Algunas cosas cambian, otras permanecen igual

En 30 años han cambiado muchas cosas. Internet nos ha permitido revelar a una audiencia global el horrible impacto de la agricultura animal en los animales, el planeta y la salud pública. Cualquier persona interesada no sólo puede descubrir la verdad, sino que puede verla con sus propios ojos. Han surgido grupos veganos en todo el mundo para educar, apoyar, aconsejar, hacer campaña y orientar. Organizan ferias y festivales veganos, encuentros y caceroleadas; proyectan películas e invitan a conferenciantes. Las investigaciones encubiertas llegan a los medios de comunicación y garantizan que nadie pueda ignorar el impacto de nuestras elecciones alimentarias en los animales. Se pueden ver gratuitamente documentales impactantes y hay desafíos veganos guiados para ayudar a los curiosos a navegar por esta nueva forma de comer y aprender más sobre las razones de la misma. Hay grupos de corredores veganos, de tejedores, de panaderos, de personas de diferentes religiones y de cualquier otra cosa que pueda interesarte. Hoy en día, hay millones de personas veganas y vivimos en todos los países de la Tierra, y cuando como en uno de los muchos restaurantes veganos locales, a menudo no reconozco a nadie más allí. 

La disponibilidad y la calidad de la comida vegana están a un mundo de distancia de cuando comencé mi propio viaje vegano. En todos los supermercados del Reino Unido hay una gran variedad de leches vegetales, productos sustitutivos de la carne, yogures, helados, nata, pasteles, galletas, bollería, platos preparados y mucho más, incluida una docena de quesos veganos muy buenos. Sin cuajo, sin lácteos. Incluso puedo conseguir varios tipos de croissants.

Todos los restaurantes, desde los de alta gama hasta los de comida rápida, tienen opciones veganas y, a veces, un menú vegano completo, y es raro encontrar un pub -ahora sin humo- que no ofrezca una opción de comidas y postres veganos. En el Reino Unido, ser vegan no podría ser más cómodo.

A pesar de todo esto, la gran mayoría de las personas que podrían cambiar no lo han hecho. El número de animales que se ven obligados a soportar la evidente injusticia de la cría y el sacrificio ha aumentado exponencialmente, lo que ha provocado la caída en picada de las poblaciones de animales salvajes. El clima es más cálido que nunca y estamos llegando -si es que no hemos llegado ya- a un punto de inflexión del que nuestro hermoso planeta no podrá recuperarse. Los bosques se destruyen para la ganadería, los cursos de agua se contaminan con los desechos de los animales de granja y el océano se vacía de peces mientras se llena de plásticos vertidos por la industria pesquera.

Lo más difícil de ser vegana

Hace 30 años me enteré de cómo sufren los animales por nuestras elecciones alimentarias, y poco después de cómo sufría también nuestro planeta. Mucho ha cambiado para mejor desde entonces, y sin embargo la escala de sufrimiento y la gravedad del colapso ecológico son mayores que nunca y totalmente desgarradores. Aunque no es que no tenga esperanza en el futuro, sí es cierto que tengo menos esperanza que antes.

Para mí, lo más duro de hacerme vegana no fue echar de menos el queso o los croissants; es ser testigo de la impotencia condicionada de la humanidad. Es saber que la mayoría de la gente odia ver sufrir a los animales tanto como yo y quiere proteger nuestro planeta, pero que un sistema alimentario que se beneficia de nuestra falta de poder les impide actuar. Es saber que podríamos poner fin a la miseria de la cría de animales ahora mismo; podríamos alejarnos del borde del colapso climático; y podríamos dejar que nuestro planeta se cure y sus poblaciones salvajes se recuperen. Podríamos hacer las paces con el mundo y encontrar nuestro verdadero lugar en él. Tenemos el poder de hacer todo esto, de transformar nuestro mundo, y podríamos hacerlo casi de la noche a la mañana si estuviéramos dispuestos a intentarlo.

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