Fernando Valladares, investigador: “La producción de carne de manera industrial tiene todo tipo de problemas”

Fernando Valladares, investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.
Fernando Valladares, investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.

Si de algo ha servido esta pandemia, es para que conozcamos en mayor profundidad la problemática que se esconde detrás del modelo actual de consumo y los peligros que conlleva seguir destruyendo nuestro planeta. Para hablar de estas repercusiones inmediatas hablamos con uno de los hombres del momento, el científico Fernando Valladares. Investigador del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos, Valladares es también un activo divulgador y comunicador científico, especialmente desde sus redes sociales.

1. Es usted ecólogo e investigador en el CSIC. ¿Desde cuándo sabía la comunidad científica que podía ocurrir una pandemia de esta magnitud?

(Fernando) La comunidad científica tiene noción e información de la importancia creciente de las pandemias desde hace décadas. Quizás, no toda la comunidad científica tenía la visión global que ahora tenemos. Lo que hemos estado revisando estos últimos meses es si había estudios hace 15 o 20 años sobre mecanismos relacionados con las zoonosis, estas infecciones de origen animal que saltan de los animales a las personas con riesgo de convertirse en epidemias y pandemias. Hay estudios de hace 15 o 20 años mostrando muchos mecanismos, muchos procesos y muchos ejemplos.

La Organización de las Naciones Unidas lleva hablando casi un lustro sobre el riesgo creciente de las pandemias. Hay un trabajo de Allen, de hace 4 años, en el que habla incluso de zonas calientes de las cuales pueden surgir pandemias. También circula el dato de que, en los últimos 40 años, el 70% de las enfermedades emergentes son zoonosis o están relacionadas con zoonosis. Quiere decir que ya sabíamos que cada vez tenemos más riesgo de pandemias, que la frecuencia de estas va aumentando, que las zoonosis también crecen, y que las probabilidades de que una enfermedad infecciosa como la COVID-19 salte es cada vez mayor. No sabíamos, con exactitud, en qué año ocurriría ni qué patógeno estaría implicado, pero que cada vez había más posibilidades se sabía desde hacía algunos años. Ya había estudios desde hace décadas que contaban ejemplos sobre el Virus del Nilo, el Hantavirus y otros casos muy importantes con peligro para la salud humana.

2. ¿Ha tenido que ocurrir una catástrofe así para que las personas se den cuenta de la importancia de preservar los ecosistemas?

La pandemia de la COVID-19 ha tenido un efecto de shock y catarsis para la sociedad porque se ha vivido en la propia piel, a diferencia del cambio climático, que a veces es una cosa un poco lejana; un concepto un poco abstracto. La pandemia ha golpeado directamente al corazón, a la salud de las personas y nos ha tenido a la mitad de la humanidad confinada en nuestras casas. Esto nos ha dado miedo, nos ha hecho reflexionar y se ha empezado a organizar el discurso científico de la conexión entre esa pandemia y el estado de conservación de los ecosistemas. Yo creo que eso ha calado bastante, ha calado en más gente que lo que, tal vez, había hecho el mensaje ecologista tradicional de conservar la naturaleza. Me gustaría pensar que ese mensaje está aquí para quedarse y que a la gente que lo ha visto no se le va a olvidar cuando pase esta pandemia.

3. Aseguraba en una entrevista en La Vanguardia: «La deforestación, la degradación natural y la destrucción de hábitats arruinan la función de equilibrio natural de especies». ¿Es la especie más importante que el individuo?

No es tanto que la especie sea más importante que el individuo. Digamos que hay una especie de jerarquías. Los individuos vivimos poco tiempo y se trata de que la especie viva mucho. Nuestra especie, la especie humana, ha vivido unos 200 mil años. Nos consideramos muy listos pero el «tonto» homo erectus ha vivido 2 millones de años como especie. Ese «tonto» homo erectus es posible que ya haya vivido más de lo que homo sapiens, con todo lo sabio que es, viva. ¿Por qué? Porque, tal vez, esta especie ha superado algunos umbrales de sostenibilidad que el homo erectus nunca tuvo posibilidad alguna de superar.

El individuo es, sin duda, la pieza con la que se compone una población, y las poblaciones a su vez forman parte de la especie. Lo que vemos son individuos interaccionando y estos forman parte de especies. El mismo concepto de especie es un concepto artificial. En algunos grupos es muy difícil establecer los límites de una especie. Pensemos, por ejemplo, en bacterias u organismos clonales. No es fácil siempre definir qué es una especie, pero hay una idea intuitiva de que es un grupo de organismos que forma una unidad reproductiva y una unidad evolutiva, de alguna manera.

La forma gráfica de representar el equilibrio natural en los ecosistemas muchas veces pasa por la coexistencia de especies. Pero, sin duda, quienes coexisten son los individuos de cada especie.

4. En esa misma entrevista afirma que antes de seguir con las prohibiciones habría que proponer «soluciones de compensación internacionales», como bancos de hábitats. ¿Nos explica, por favor, qué son estos bancos?

Creo que las prohibiciones y la legislación estricta son necesarias, pero tienen algunas limitaciones en la práctica. Nunca podremos poner policías al lado de cada árbol ni podremos implementar las prohibiciones del tráfico ilegal de especies. Hay que proponer soluciones de compensación y dar opciones. A las personas en las zonas tropicales de África, por ejemplo, que se alimentan de la fauna del bosque, no les podemos decir que está prohibido comer civetas. O les damos una alternativa o comerán civetas, o jaguares, o lo que tengan la suerte de cazar ese día.

Con otros medios, como los bancos de hábitats, podríamos entrar en una nueva dinámica. No quiero decir que los bancos de hábitats sean la solución perfecta. Es una alternativa ir haciendo reservorios en zonas bien conservadas, en los cuales todos nos comprometamos a conservarlo y, que con las actividades económicas que pongan en riesgo algunas zonas naturales, se pueda contribuir económicamente a esos bancos de hábitats, a esas reservas de capital natural para que lo sigan siendo. Así pueden coexistir distintas figuras de protección en el territorio, porque sabemos, que igual que las prohibiciones que antes mencionaba, tampoco siempre son tan fáciles las declaraciones de espacios protegidos. Hay comunidades locales que, de pronto, quedan dentro de un parque nacional y tienen por tanto prohibidas un montón de actividades tradicionales que les supone reinventarse; y eso no siempre está compensado.

Tanto las leyes de prohibición como la de protección tienen que ir acompañadas de otras medidas. Y, sobre todo, si nos vamos a sitios muy pobres. Pensemos en la Amazonia, o en muchas zonas tropicales, donde los niveles de pobreza y desigualdad social son escalofriantes. Las compensaciones tienen que ser internacionales. No podemos pensar que esos países tengan mecanismos, ni bancos de hábitats, ni economías para compensar.

5. En Europa y en otras partes del mundo estamos viendo la proliferación de los CAFOS (Concentrated Animal Feeding Operations) y las macrogranjas. ¿Presentan un problema también de salud pública estos lugares?

La producción de carne de manera industrial tiene todo tipo de problemas. Tiene a problemas éticos y de conciencia; todos los movimientos animalistas, todas las personas a las que les preocupan las condiciones en que se crían esos animales. Pero, aparte de esas cuestiones, es totalmente objetivo, por ejemplo, el riesgo de pandemias que supone. Lo hemos visto con los brotes de gripe aviar o de gripe porcina, donde se tiene a los animales tan juntos, tan concentrados, tan atiborrados de antibióticos que funcionan como funcionan, y además con una diversidad genética entre los ejemplares que forman esas granjas muy pequeña. Por lo tanto, cuando se cuela un patógeno nuevo o una mutación de un patógeno, no funcionan bien los antibióticos tradicionales. Todos son genéticamente muy parecidos y se convierte en poco tiempo en un bomba de relojería en cuanto al riesgo de contagio para la propia especie humana u otras especies de animales domésticos.

Creo que debemos ir derivando hacia la dieta saludable para el planeta y la dieta saludable para las personas que consiste en comer algo menos de carne. Tenemos que ir convirtiendo estas granjas industriales de producción de carne en ubicaciones mucho más sostenibles, en granjas más extensivas, donde el kilo de carne salga más caro pero que se sostenga en que tanto la salud de los individuos como de los animales sea mayor; así la salud de los ecosistemas, la huella ambiental global, y al final la salud de las personas también se vean favorecidas.

6. Muchos de los focos de los contagios y rebrotes de COVID19 se han dado en granjas y mataderos a lo largo de todo el planeta. ¿Qué se debe hacer ante esto?

Efectivamente, las granjas y los mataderos en todo el planeta son un punto caliente de contagios, rebrotes e infecciones. Hay que revisarlo. Incluso ha salido alguna información sobre cómo las condiciones frías y húmedas donde se trabaja con la carne refrigerada favorece el mantenimiento del virus y los contagios entre los trabajadores. Es una pieza más de información que nos muestra que este modo de producción de nuestro alimento tiene unas consecuencias que conviene repensar. Se unen muchas razones para que esta forma de producción de alimentos haya que revalorarla y transformarla en otras alternativas.

7.Trabaja en el departamento de Biogeografía y Cambio Global del CSIC. ¿Tenemos idea, de verdad, de cómo va ser el mundo una vez no podamos revertir los efectos del Cambio Climático o Global, como lo llaman uds.?

Es un ejercicio un poco de ciencia ficción; es difícil de acertar. Lo que podemos tener muy claro es que va a ser un mundo muy diferente. Así que mejor, vayamos soltando lo que me gusta llamar «la mochila de la melancolía». ¿Qué quiere decir? Que no vamos a volver al mundo del siglo XX. Hay muchas cosas que ya han cambiado para siempre. Ojalá logremos no rebasar la línea roja del 1,5, ni la de los 2 grados de calentamiento respecto a la era preindustrial, porque eso nos adentraría en un mundo con un clima muy descontrolado, que sabemos que tendrá efectos tremendos en nuestra población, las poblaciones de animales y plantas, o la funcionalidad de los ecosistemas.

¿Cómo será el mundo si frenamos eso? Indudablemente, algunas especies se habrán perdido para siempre y algunos procesos ecológicos no se recuperarán. Por eso digo que el planeta será diferente, pero la especie humana es muy adaptable, y si nos quitamos de esa especie de nostalgia, podemos revalorar ese nuevo mundo en el que estemos. Pero aún nos queda llegar ahí; nos queda camino. Y no solo el establecido por la agenda 2030, que puede ser una década para llegar a alcanzar esos objetivos de desarrollo sostenible, sino, probablemente, bastantes años de cambiar nuestra relación con la naturaleza y encontrar motivación, no solo en cuestiones éticas o morales, que no son suficientes para la mayoría de la población para que hagan algo, sino además sumar razones prácticas, de salud humana, de funcionalidad social… Y sumando razones espero, que no en mucho tiempo, cambiemos nuestra relación con la naturaleza y tengamos unos ecosistemas que funcionen.

8. Ante esta situación tan compleja, ¿qué podemos hacer nosotras desde nuestra casa?

La situación es compleja porque hay muchos factores. Los ecólogos (los científicos en general) estamos acostumbrados a situaciones multifactoriales y no nos asusta mucho la complejidad. La barajamos casi como si fuera un juego de mesa; no nos va la vida en ello. Por eso me he salido un poco del laboratorio; porque, la verdad, es que me preocupaban las cosas que iban saliendo. Esto nos afecta en el día a día, así que no me podía ir a las 7 o a las 8 a casa y pretender que no pasaba nada. Sí, están pasando cosas.

¿Y qué podemos hacer nosotros o nosotras? Muchas cosas. Circulan listas por internet. Animo a que la gente las repase; pero, sobre todo, que en cada uno de esos puntos de las listas también vea no solo lo que más de su mano hacer sino cómo de importante es. Uno no puede pretender hacer 30 cosas porque a lo mejor no le da vida: reciclar, cambiar de vehículo, irse a vivir a otro sitio… Tiene que elegir 3 o 4 que sean realistas para su modo de vida y hacerlo en función de las que tengan más impacto para disminuir su huella ambiental. Eso requiere un poco de reflexión. Sabemos que el transporte tiene mucha incidencia, sabemos que el aislamiento de las casas tiene también mucho impacto en el consumo energético…, por poner dos ejemplos que suelen tener bastante impacto.

Con esas actuaciones de cada uno podemos ganar tiempo en esta carrera por cambiar de rumbo, pero no es suficiente. Esa lista de pequeñas cosas nos hace ganar tiempo porque el cambio ambiental va más despacio pero no es suficiente porque hay que cambiar de rumbo socialmente. Y esa es otra cosa que podemos y debemos hacer: Dar un paso adelante y ser protagonistas de un cambio profundo en la sociedad. Tenemos que ser capaces de llamar a las cosas por su nombre y decir: «Vivimos en una sociedad donde se pone la economía por delante de la salud de las personas». Y si eso no es lo que queremos, tenemos que hablar claramente y poner la salud de las personas como prioridad. Si la salud de las personas está conectada a la salud de los animales y las plantas, entonces ellos van igual o en segunda posición, y luego ya se verá qué pasará con la economía. Si este mensaje o incorporamos de verdad todos y cada uno de nosotros y nosotras, los políticos irán detrás y lo irán entendiendo.

9. Movimientos sociales como el de Fridays For Future, Greta Thunberg… ¿Está la juventud popularizando que se hable de la destrucción del planeta?

Creo que estos movimientos, que en 2019 ganaron mucha visibilidad, son clave. Es un fenómeno, ya histórico, que está sirviendo para llevar el mensaje científico, los datos de la ciencia, a la sociedad y, sobre todo, para urgir a que se entre en la acción; que no estemos contemplativos haciendo documentales y artículos pero no cambiando profundamente nada. Me parece que, además, los jóvenes están muy empoderados son muy auténticos y están de verdad preocupados por la destrucción del planeta. Nosotros ya lo hemos destruído bastante y muchos estamos ya de recogida. Es como si al final de una fiesta te empieza a doler la cabeza de los excesos pero tú ya la has disfrutado. Los jóvenes están aún por ver qué fiesta les espera, si tienen alguna que celebrar, y me parece que es muy genuina su reclamación.

Los movimientos han cundido muy rápido y hemos visto cosas históricas como 2000 o 3000 ciudades simultáneas en todo el planeta con manifestaciones de jóvenes pidiendo más o menos lo mismo y esto me parece muy importante y muy esperanzador.

10. Hablando de esperanza, Fernando, ¿cómo se mantiene la esperanza ante una situación así?

Dicen de la esperanza que es lo último que se pierde, que conviene perder. Es verdad que cuando uno junta todas las piezas la situación, pinta un poco mal. Con los estudiantes, en una asignatura que imparto en la Universidad Rey Juan Carlos, hablamos de las razones para el optimismo, que es una parte muy interactiva, porque no pretendo yo dar todas las respuestas, sino que entre todos busquemos, de forma dinámica, qué razones habría en este universo catastrófico de malas noticias ambientales, buscar un cierto optimismo.

Esas pequeñas razones son las que deben animarnos. Por ejemplo, hay muchas actuaciones a nivel local en las que estamos viendo cómo con poco que se coordinen tienen un impacto global. Ver como muchas comunidades locales, sin necesidad de tener un presidente especialmente iluminado, están haciendo cosas muy interesantes. Hay razones de esperanza en los movimientos juveniles que están adelantando, por la derecha y por la izquierda, a la gran masa de las personas que estamos activas profesionalmente pero que no encontramos momento para abordar lo importante.

Si parece que estamos ganando tiempo, como parece que hacemos con las renovables, o con un modelo económico basado en la producción sin límites, todavía no veo unos cambios suficientes como la Ley de Cambio Climático en España, que es muy bien intencionada pero insuficiente. Todo esto no es bastante pero está en el buen camino y nos permite ganar tiempo. Al ganar tiempo, la sociedad va madurando y la tecnología abriendo nuevas opciones.

Creo que aquí tenemos tres grandes posibilidades para alimentar una esperanza racional; no una esperanza mesiánica, no. Hay razones objetivas, pero hay que trabajarlas. El aluvión de malas noticias suele ser mayor que el de buenas. Las buenas noticias hay que empujarlas; las buenas se atrancan y las malas corren solas. Así que tenemos que hacer esfuerzos entre todos para que las buenas noticias, los mensajes de esperanza, las alternativas y oportunidades que se abren con cada cambio, nos alimenten el ánimo a todos y nos abran ojos a la esperanza.

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