Condicionamiento social: ¿qué es y cómo me afecta?

Cada una de nosotras está expuesta al condicionamiento social. Es la forma en que nos integramos a nuestra comunidad, cultura y país. Es por eso que vestimos, vemos, comemos y, en gran medida, pensamos de la manera en que lo hacemos. Parte de ello se nos enseña activamente, el resto lo recogemos de nuestros padres, familia extendida, escuela, amistades, los medios de comunicación, las leyes del país y nuestros líderes políticos y religiosos.

Hay un beneficio en ello, por supuesto: la cohesión social, una sensación de pertenencia, pero eso no significa que cada aspecto nos funcione o que estemos de acuerdo con todo. Por el contrario, deberíamos cuestionar las cosas que hacemos automáticamente y que nos parecen normales, incluso naturales. Deberíamos preguntarnos: “¿Elegí esto, o es algo para lo que fui condicionado?”. Si es lo último, surge una pregunta más: “¿Es esto algo que quiero continuar haciendo, o en realidad choca con mis creencias fundamentales?”.

Actuando contra nuestras propias creencias

El condicionamiento social es tan poderoso y omnipresente que ni siquiera reconocemos que está sucediendo. ¿Cuándo fue la última vez que cuestionamos por qué nos afeitamos partes específicas del cuerpo, por ejemplo, o por qué comemos un determinado alimento para el desayuno todos los días? ¿Y realmente queremos hacerlo? Estos son ejemplos menores que pueden no afectar u ofender nuestros principios, pero el condicionamiento social puede hacernos actuar de maneras que ni siquiera nos gustan, cosas a las que incluso podríamos oponernos apasionadamente. Y puede hacernos accionar así todos los días de nuestra vida sin darnos cuenta de que estamos viviendo una contradicción. ¡Esto es algo significativo!

Amamos a los animales, comemos animales

Es un poco raro, ¿no? Durante la infancia, se nos enseña a ser amables con los animales y a no lastimarlos. Vemos que son amigos, y compartimos un entendimiento, un vínculo de afecto y confianza. Los amamos, pero al mismo tiempo que acariciamos a nuestro perro o abrazamos a nuestro gato, también estamos comiendo el sándwich de pollo o jamón que nos dan. No cuestionamos esto pero, ¿por qué lo haríamos? Como niños, estamos acostumbrados a que nos muestren lo que es “normal” en la sociedad, y no suele suceder que alguien nos pregunte si realmente queremos comer animales.

No solo no se nos da una opción, la verdad a menudo se oculta deliberadamente. A la mayoría de los infantes no se les dice que la carne es un animal, mientras que a algunos se les miente deliberadamente, y ese engaño lleva a las infancias a creer que “el pollo animal” y “el pollo comida” son cosas completamente diferentes. Con el tiempo, llegan a entender, y pueden preguntar por qué comemos pollos o cerdos pero no perros o gatos, solo para enterarse que así es como es.

Y así crecemos como adultos, viviendo con esta disonancia cognitiva: el fenómeno psicológico común de tener creencias, ideas o valores contradictorios al mismo tiempo. Amamos a los animales, pero comemos animales. Porque así es como es.

Carnismo

La psicóloga Melanie Joy acuñó el término “carnismo” para describir la ideología que considera que comer animales es normal, natural y necesario. Es una ideología dominante y omnipresente, pero eso no la hace correcta. Después de todo, es una ideología violenta (la carne no se puede obtener sin violencia) y muchas otras ideologías violentas han sido identificadas, desafiadas y, afortunadamente, detenidas.

El carnismo va en contra de valores humanos fundamentales como la compasión y la justicia. Anula esos sentimientos de compasión por los animales de granja mientras seguimos creyendo que somos amantes de los animales. Después de todo, donamos a refugios locales de animales, agarramos suavemente a las arañas y no se nos ocurriría causar sufrimiento nosotras mismas (como matar a los animales que comemos como carne).

Y de esta manera, pasamos toda nuestra vida actuando en contra de nuestros propios valores, ¡y ni siquiera sabemos que lo estamos haciendo! Si surgen sentimientos incómodos, simplemente los derribamos burlándonos o despreciando a las víctimas animales. Los llamamos estúpidos o feos, o nos reímos de las cosas “graciosas” que hacen. Decimos cosa como: “si no se supone que debamos comerlos, ¿por qué son tan ricos?”.

Porque esto es lo que hace el carnismo. Nos enseña que algunos animales no valen nada, que carecen de sentimientos, personalidad e inteligencia, aunque sabemos con certeza que nuestro perro tiene una personalidad distintiva, amor por la vida y puede sentir dolor, tristeza y soledad. Si nos liberamos de ese condicionamiento social de toda la vida por un momento y abrimos nuestras mentes, vemos con absoluta claridad que lo mismo ocurre con los cerdos. Por supuesto que sí.

Distorsionando la verdad

Los animales no solo se convierten en víctimas cuando los consideramos inútiles, también pueden convertirse en víctimas cuando los consideramos sagrados. En la India, llamar a una vaca “madre” o “Gaumata” y verla como un ser divino lleva al mismo resultado que pensar en ella como basura. Esto impide que las personas realmente vean lo que les sucede a las vacas: que en las lecherías, a menudo están atadas tan fuertemente a una baranda o poste que no pueden espantar a un cuervo que les pica una herida; que están aseguradas con cuerdas a través de sus narices perforadas, tan apretadas que se incrustan en la carne; que las vacas son mantenidas en suelos duros, lo que lleva a una cojera dolorosa de por vida; que pueden ser expulsadas a las calles, mantenidas en gaushalas superpobladas sin el cuidado adecuado o enviadas a mataderos ilegales cuando ya no son útiles. Pero la leche es un regalo de la madre, y así seguimos tomándola, sin importar el costo físico y emocional para el animal. Sin importar el sufrimiento que le causemos.

Deificar a los animales puede ser tan dañino como demonizarlos.

Víctimas ocultas

El carnismo es la razón por la cual las personas apoyan una industria que mata innecesariamente más animales en una semana que el número total de personas muertas en todas las guerras a lo largo de la historia. Simplemente no llegamos a ver a estas víctimas, ya que están encerradas en granjas industriales, y para la mayoría de nosotros, los pensamientos sobre su existencia miserable y llena de dolor, no nos molestan en absoluto.

Pero nosotras también somos víctimas ocultas de este sistema. Pagamos por nuestro consumo de productos animales con enfermedades cardíacas, diabetes tipo 2 y algunos cánceres, y, según Melanie Joy, también lo pagamos con compasión reprimida y pérdida de objetividad.

Iluminando la verdad

Cuando vemos por primera vez imágenes de animales en granjas, transporte y mataderos, las emociones pueden ser abrumadoras. Sabemos que jugamos un papel en esto, y sin embargo, no recordamos haber tomado una decisión que quisimos. Porque nunca lo hicimos. Se tomó por nosotros y la aceptamos porque así es como son las cosas.

Pero algo asombroso sucede cuando enfrentamos directamente estos actos de violencia. Sí, sentimos ira, tristeza y dolor. Podemos sentir shock y culpa. Pero lo que realmente sentimos es empoderamiento. Finalmente, podemos elegir. Y cuando elegimos comer alimentos veganos de origen vegetal, las vendas caen y vemos con absoluta claridad que el arroz con pollo no es diferente al arroz con perro.

La científica psicóloga Dra. Julia Shaw, autora de «Mal: La Ciencia Detrás del Lado Oscuro de la Humanidad», nos insta a enfrentar esto: “Los hábitos sociales pueden echar un velo sobre nuestros conflictos morales, normalizando comportamientos y haciéndolos invisibles y resistentes al cambio. Es hora de una revolución en cómo hablamos sobre los seres humanos, los animales y el planeta, y reconocer nuestras propias hipocresías. En lugar de hacer gimnasia mental para justificar un comportamiento poco ético, debemos considerar realmente cambiarlo.”

Encontrando la paz

Cuando enfrentamos el sufrimiento de los animales, podemos poner fin a nuestro propio papel en él, pero aún debemos vivir con el conocimiento de que los animales siguen sufriendo. No es fácil vivir felizmente sabiendo que otros están sufriendo tanto, y de manera tan innecesaria.

Melanie Joy describe el estrés traumático secundario (STS) que afecta a muchas personas veganas. Es como el trastorno de estrés postraumático, pero afecta a quienes son testigos de la violencia, en lugar de a quienes son víctimas directas de ella. Melanie recomienda, al igual que todas en Generación Vegana, que las personas veganas dejen de ver videos que las traumatizan. Mientras ya somos veganas, y trabajamos para alentar a otras personas a poner fin a su papel involuntario en el sufrimiento animal, también podemos y debemos encontrar algo de paz y felicidad para nosotras mismas.


Con agradecimiento a la Dra. Melanie Joy y su excelente charla, «Hacia elecciones alimentarias racionales y auténticas», que puedes ver aquí:

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